Nota introductoria y selección por Rodolfo Ramírez Soto
Los poemas de Stella Díaz Varín se fundan en la música, son cantos que nos arroban. Melodías en las que la autora desliza unos paisajes que se emparentan con ensoñaciones. Escenarios que moldean la realidad a su antojo y la fundan otra, a veces novedosa, a veces aterradora. Como por ejemplo acá: Un esqueleto se ha sentado en mis pupilas. Son un incesante diálogo, con la humanidad, con lo trascendente, con la autora misma. Una búsqueda, un constante afán por encontrar algo, quizá una respuesta a la vida, o simplemente no más, aquella palabra escondida en un juego de la infancia. Una lectura muy interesante para aquellos poetas en formación que quieren aprender lo que se puede llegar a hacer con la música en el poema.
A continuación presentamos una pequeña selección de su obra poética.
RAZÓN DE MI SER
De la mujer que desparramó las larvas milenarias
de sus pechos en el dintel del tiempo;
de la mujer que se envolvió a sí misma
dentro de una madrépora en su mundo de algas
y desanduvo todos los caminos para encontrar sus ansias
y lanzó su agonía decisiva junto con las estrellas…
De la mujer que amaba las palomas en éxtasis de virgen,
y amamantaba lirios por la noche con su pezón dormido;
de la mujer que supo antes que Dios del clavo y del silicio.
De ella, la tentadora de la muerte durante ocho siglos,
la que en sus manos tiene dos trigales y en sus sienes de niña
una rama florecida de lágrimas,
de ella la novia que tendió sus velos por sobre los abismos
de ella la vencedora, la cercana,
de esa mujer soy hija.
DESOLACIÓN Y VÍNCULO
Un esqueleto se ha sentado en mis pupilas
y me oprime las sienes.
Tiene dos cinerarias en sus cuencas vacías
y entre sus dientes me está mordiendo el alma.
Yo, que era la misma muerte,
y fui yo quien decreté mi angustia
sobre la enredadera de mi sangre;
fui yo quien horadó la roca durante tanto tiempo,
para cavar mi fosa… y ahora,
he aquí mis dedos, deshilachados tentáculos,
raíz de cardo muerto.
He aquí sobre mis ojos, otros ojos
mirando la vacía, la ausente risa tuya,
he aquí mi pezón florecido como almendro dulce,
he aquí mi actitud, mi modo de beberlo.
La noche, se tendió en sus cerrazones
y el único latido es de mis sienes.
Una bandada negra me oscureció los párpados
y me tejió el silencio.
Como una campanada se retuercen tus pasos,
cómo me están mintiendo,
me pregunto si vienen caminando tus piernas
y sólo está el silencio.
Ah, como los olores no hacen ruido
murió mi cabellera,
y el olor es a incienso, a moho, a azufre,
nauseabundo olor a flores secas,
a sal quemada,
a crisantemos haciéndose el amor,
olor a huesos calcinados,
a diluida nieve hecha cenizas,
olor a novia, a mar, olor a muertos.
Hermano mío, ven, está llorando
en nuestro cuarto oscuro una página en blanco.
Ven antes que el maldito esqueleto me quebrante las sienes.
Sus ojos cinerarios son tan pálidos,
que mi alma está riendo entre sus dientes,
y ahora quiere penetrar en mí
para saber qué pienso, para decir después:
Ah, tu, la indómita, rebelde bestia,
danza, mientras recuerdo
cómo era el antiguo color de tus pupilas,
danza al son de mi música de huesos
y dame tu corazón, íntegramente
así intacto, para morder su hueco y escupir sus semillas
y morirán los trigos y nacerán tristezas;
porque tú no has de ser
la que me dé del vientre su cosecha de almendras,
ni tú la de las manos en actitud de virgen,
ni tú la del misterio de los amaneceres,
porque a cada mirada de la noche, te esfumas,
y apareces a cada mirada de la noche.
Mariposa nocturna, dame tu cabellera,
dame tu corazón, tu incertidumbre, dame,
dame tu cabellera.
Hermano mío.
En el dintel del huerto de mi angustia,
hace miles de años que se murió en tus manos
mi corazón.
INTRODUCCIÓN AL VÉRTIGO
Hay días que significan
una época.
I
Desde la inmensidad con tu trozo de proa,
desde donde venías mi primer enemigo;
desde la inmensidad, desde donde dijiste
que veníamos una vez, hace ya tanto tiempo;
me traías el hacha y el trigo y la mirada,
y la oscura bandada de tus manos;
y era entonces,
cuando yo despertaba de tanto estar dormida
y me subía el corazón a flor de boca para besar tu corazón.
¡Ay, ya no tengo más deseo
que comparar mi piel con la piel de los muertos!
Cuando a ignoradas lianas rojas penetraste
y desmedido con tu palabra
para arrancarme del revés del día,
era como desentenderse de tu paso,
porque era tan difícil la luz para mis ojos,
como el lecho de una niña que dice estar virgen,
como la exactitud de tu presencia.
Porque ya no quería vivir estando tú presente.
La amargura se echaba a mis pies como un perro
y era la angustia, como un hueso marino sobre un pequeño laúd
mientras yo pervertía el silencio
para así descender de tus ojos.
Porque no se desdigan mis voces más siniestras,
desde hoy seré como esos peces sin sexo,
sin sexo, así como esos árboles
que crecen a la orilla de las tumbas vacías.
Desde donde venías mi primer enemigo.
Desde donde venías con tu traje de arena
y tu olor submarino…
NARCISO
A Isidro
Estoy ausente de la risa
y de todo lo que los hombres felices poseen.
A medida que la sangre huye como corzo,
a través de todos los paisajes
sin motivo aparente,
como creyendo que las imágenes más remotas
nos silencian el pensamiento;
erguida aún, a pesar de los soles
tan opacos en su raíz.
Me aproximo a tu figura alada,
a tus pequeños vértigos;
y te enseño a mirar
como sólo pueden hacerlo los peces,
en órbitas que tus manos desconocían.
Emerjo —pequeño dios—
desde el vientre más recóndito
para unirte con la distancia, tan precisa.
Tenemos una mirada en común,
y una puerta abierta
para endilgar conversaciones,
apoyados en el dintel y recogidos
como suelen recogerse los abandonados,
dando el pecho a una música antigua
más aún que la vida y la muerte.
Y te rebelas sabido ángel en espera de la caída.
Es el comportamiento
que la verdad prefiere.
Y es así, como vienes y vas
y te envuelves en la luz de viejos astros
para que pueda mirar tu esqueleto,
a sabiendas que no hay nada más hermoso
que el devenir de mar en huesos.
DEL ESPACIO HACIA ACÁ, COMO DOS TIEMPOS
La noche,
dislocada como ala de cetáceo herido.
Amortajada siempre que la papila niegue su orfandad.
Mar ampuloso y de grotesco seno;
cuando la claridad se haga en mí
no necesitaré de vuestra amada boca,
no necesitaré del meloso soliloquio de tu vértigo.
Me tienes, como un pez a su escama,
miserablemente uncida a ti,
llevándote como un niño caníbal al pecho de su madre.
Y no he de desperdiciar hora, para maldecir
tus pariciones de planetas fosforescentes
que vomitas a mi lado sin ninguna delicadeza…
Olvidada como árbol de desierto,
donde trasplanta el viajero su éxtasis sin experiencia,
feliz de abandonar el barco,
deseando encontrar en la tierra
la veta misteriosa de la felicidad.
¡Navegante audaz,
disociador del mar y de la tierra,
venero oscuro será tu camino hacia el infinito!
Quién, si no el olvido,
quién si no la medida de una juventud soslayada
viene en mi ayuda ahora.
Ahora que he aprendido a pronunciar palabras
contra Dios y sus signos
y me arrodillo de hipocresía ante los conocidos.
Cuando en ángulo recto junto a una puerta
espero la palabra de bienvenida.
Y sólo escucho dentro, ruido de vasos
llenos de un vino generoso que jamás probaré…
Hay continentes simples, de un solo país
con ciudades elementales y casas de un piso
donde podría abandonarme,
y a tientas buscar el ocio y sus virtudes.
Pero el recuerdo tan sólo de tan buscado paraje,
me pinta en la cara un gesto de asco.
—Como si penetrara a la habitación del amor
y me encontrara con tres cadáveres
ante una cena inconclusa de ostras descompuestas—.
LA PALABRA
Una sola será mi lucha
Y mi triunfo;
Encontrar la palabra escondida
aquella vez de nuestro pacto secreto
a pocos días de terminar la infancia.
Debes recordar
dónde la guardaste
Debiste pronunciarla siquiera una vez…
Ya la habría encontrado
Pero tienes razón ese era el pacto.
Mira cómo está mi casa, desarmada.
Hoja por hoja mi casa, de pies a cabeza.
Y mi huerto, forado permanente
Y mis libros como mi huerto,
Hojeado hasta el deshilache
Sin dar con la palabra.
Se termina la búsqueda y el tiempo.
Vencida y condenada
Por no hallar la palabra que escondiste.
EL POETA
A Pablo Neruda y a todos los poetas
que le anteceden y le suceden.
Un hombre caminando sobre el mar
Sobre su corazón
Camina cielo adentro
Sobrecogiendo al sol con su mirada.
Un hombre
para quien todas las cosas
son parientes lejanos.
Nacido de la luz y de la sombra
Con solamente aparentar su tristeza
Mueve a risa
A quien tenga el placer de mirarlo.
Perseguido por las aves y por las fieras
Y pensar
Que solo en su mano izquierda
Han crecido cien robles,
Que para vivir un día de su vida
No hay clepsidra inventada
Ni medida de tiempo.
Él, con su corazón
Bajo los pies, sobre el agua,
Junta los cuatro puntos cardinales.
El amor
le pasó por los ojos
Como un vértigo
Ebrio de abejas, sin heredad
La muerte sólo sería muerte
Si encontrara su mano.
Qué solo el hombre
De pie, sobre el océano.
La alegría le teme
Como a un mal pensamiento
Y pensar que su frente es el muro
Donde podréis dibujar
Los más bellos grabados infantiles.
Así avanza
Paso a paso sobre el agua
Siempre despierto mientras el sueño
Vive en los ojos
Del resto del mundo.
Sin divisar jamás el horizonte:
su mirada de golfo perdido
su mano derecha de fuego.
Su boca
El alud que sepulta
con una sola de sus palabras.
Y qué solo
Va el hombre de espalda al sol
perseguido de niños y sueños
Engañador de cambios terrestres
Entre la muchedumbre de los peces.
Ah si encontrarais otros ojos
Con más lejanía
De inconclusa oscuridad.
Camina
Entre el canto de los peces
Sueltos como los hombres en su gran prisión
Inefable
como Dios cuando quiere ser hombre.
Distiende la pupila de brasa celeste
A la estrella antigua
En demanda de su halcón pez.
Oh fanal de ojo ciego
Quiero caminar de pie
Contigo sobre el agua
Saludar la escama de gran pez
Ser solícita con la bruma
y penetrar la aleta oculta
que insinúa una mañana de mar.
Beber la leche que desparrama la ola
Cuando tu gran corazón
Quiebra la soledad…
Sordo es el corazón del hombre
Cuando camina de pie, sobre el océano.
ELLA
Ella estaba parida tristemente
sobre una ola, también recién parida.
Y era su sustancia, de amortiguado rostro redivivo,
como la mano empuñada de rojo
y perennemente sola como el signo de su frente.
Ella, y el viento azul, meciéndola como un padre,
con algo de brutal y algo de amoroso.
Ella tenía asida a su cintura
la acordonada mano del amigo.
Tanta enramada para tanta sangre.
Ella estaba parada
como un pequeño invierno sedentario
y en los ojos le bailaba la muerte.
Para existir después de tanta primavera,
ella debió tener un silencio estatuario
en su única arruga frontal.
DOS DE NOVIEMBRE
No quiero
Que mis muertos descansen en paz
Tienen la obligación
De estar presentes
Vivientes en cada flor que me robo
A escondidas
Al filo de la medianoche
Cuando los vivos al borde del insomnio
Juegan a los dados
Y enhebran su amargura.
Los conmino a estar presentes
En cada pensamiento que desvelo.
No quiero que los míos
Se me olviden bajo la tierra
Los que allí los acostaron
No resolvieron la eternidad.
No quiero
Que a mis muertos me los hundan
Me los ignoren
Me los hagan olvidar
Aquí o allá
En cualquier hemisferio.
Los obligo a mis muertos
En su día.
Los descubro, los trasplanto
Los desnudo
Los llevo a la superficie
A flor de tierra
Donde está esperándolos
el nido de la acústica.
DATOS PARA UN DIBUJO
Enfrente,
—Hay que considerar mi punto de vista—
A un costado
Como quien
Mira hacia el mar…
Este es un mapa
Construido al desgaire.
Enfrente, —como les decía—
Hay un mausoleo de nichos hormigueantes.
En las paredes
Solas de mi casa
—Uno le llama casa
A quien lo contiene—
En esta mi casa,
Desde sus paredes iracundas
Me miran a los ojos
Los parientes cercanos.
El tigre desde su marco
Habla a mi pensamiento
Y saca las uñas.
Otro retrato de familia
Es un ombú.
De tarde en tarde
Suelo asomarme a la ventana
Para disipar el estío interior
En el reverbero conocido
Quiero explicarme…
Ocurre que siempre me gustó
jugar a los jardines
Alguna vez…
Alguna planta habrá-coincidimos
Que armonice con nuestro deseo
No advertimos
Que era solo un deseo
Para homenajear a la primavera:
Un arbusto de hibiscus,
Una trinchera de maitenes temblorosos
O verdes agujas cimeras
Entrelazando nidos
Y un prado
De golondrinas transparentes.
Los postulados
No siempre se cumplen.
Me resigno.
Sin conceder piedad a los recuerdos
Me asomo a esta pequeña ventana
Y entono con los niños
Un canto de aquilegias.
A un costado de la tarde
Hay un mausoleo
De nichos hormigueantes
A la vista y paciencia
De los vecinos indiferentes.
LOS DONES PREVISIBLES
VIII
Me han quitado la sombra
El canto de los pájaros
La bienamada sombra de las alas
Tutela dulce
A mi dolida resistencia.
Otras voces requiebran sus agujas
en la reminiscencia de la piedra.
Pero el oído escucha
Y el ojo y la piel
Tienen su voz secreta
Su táctil llamarada
Me devuelve el sentido
Y hay un severo manantial
De paredes poderosas
Dentro de mi más hondo manantial
Donde
Todo lo que en el aire vibra
o huele o fulge o agoniza
Me nutre y se filtra y acentúa.
IX
Es así
Que la vida es en su muerte
Una pura sustancia
Un sereno ocurrir, naturalmente
Un ritual
De poderes ocultos en su origen
Un círculo elemental
Un curioso bullicio
Un germinar muriendo.
Es así
Que estoy viva
Y en cada vida
Se me va la muerte.
Textos tomados de: Stella Díaz Varín OBRA REUNIDA. Editorial Cuarto Propio (2011)